
La increíble hazaña del médico soviético que se extirpó el apéndice aislado en la Antártida

En 1961, un médico soviético de 27 años se practicó con éxito una autocirugía para tratarse una apendicitis durante una expedición a la Antártida. La hazaña del joven cirujano en aquel crudo invierno fue reconocida tanto en su país como en todo el mundo y su historia de supervivencia aún se recuerda como un ejemplo de supervivencia.
Leonid Rógozov se ofreció como voluntario para participar de la sexta misión antártica soviética. El grupo, compuesto por 13 personas, tenía la misión de construir la base de Novolázarevskaya, ubicada en el oasis Schirmacher.
Aun sin haber completado su residencia médica, el joven partió hacia el inhóspito continente helado el 5 de noviembre de 1960 a bordo de un buque diésel-eléctrico. Al mes siguiente, arribó al destino y colaboró en la construcción de la instalación, en donde se desempeñó como meteorólogo, conductor y encargado de distribuir mercancías. Tras semanas de arduo trabajo, la nueva base se inauguró finalmente el 18 de febrero de 1961.
Aislados de la civilización
No obstante, todavía no estaba previsto el regreso del equipo hasta dentro de un año, ya que el mar permanecía congelado y era imposible que un barco pudiera atracar. En esas circunstancias adversas, el grupo se preparó para enfrentar el clima hostil lo mejor posible.
Fue durante el cuarto mes de la invernada, a fines de abril, cuando Rógozov comenzó a presentar náuseas, fiebre y dolor en la parte inferior derecha del abdomen. "Parece que tengo apendicitis. Lo guardo en secreto, incluso sonriendo. ¿Para qué asustar a mis amigos? ¿Quién podría ayudar?", escribió en su diario personal.
Una decisión contrarreloj
Con el pasar de las horas, sus síntomas empeoraron y comprendió que debía operarse él mismo, ya que era el único médico en la base y las condiciones climáticas impedían cualquier evacuación. "Tengo que pensar en la única salida posible: operarme […] Es casi imposible […] pero no puedo cruzarme de brazos y rendirme", expresó. "Se enfrentó a una situación muy difícil, de vida o muerte", recordó su hijo Vladislav.

Aunque se trataba de una cirugía rutinaria en condiciones normales, en esas circunstancias extremas Rógozov corría el riesgo de que su apéndice estallara en cualquier momento, lo que pondría su vida en grave peligro. "Tuvo que abrirse el abdomen y manipular sus propios intestinos", explicó Vladislav. "No sabía si eso era humanamente posible".
El médico no dejó nada al azar y planificó cada paso a seguir. Ante la falta de otros colegas que entendiesen algo de medicina, designó como asistentes a un ingeniero mecánico y a un meteorólogo, quienes le sostendrían un espejo y le pasarían los instrumentos quirúrgicos. "Lo pensó todo con mucho cuidado, incluso les dio instrucciones sobre qué hacer si perdía el conocimiento: cómo ponerle una inyección de adrenalina y respiración artificial", detalló su hijo.
Una operación sin los medios adecuados
Así, comenzó la operación sin ningún tipo de anestesia general y en medio de los temores de sus asistentes, quienes, según las palabras de Rógozov, "estaban más pálidos" que sus delantales blancos. "Yo también tenía miedo. Pero cuando tomé la aguja con la novocaína y me puse la primera inyección, de alguna manera entré automáticamente en modo quirúrgico, y desde entonces no noté nada más", agregó.
La intervención comenzó a las 02:00 hora local del 1 de mayo. Al principio, el cirujano permanecía semiinclinado, realizando el procedimiento con la ayuda del reflejo del espejo. Al cabo de unos minutos, consideró que la visión invertida era demasiado molesta, por lo que decidió trabajar siguiendo su tacto y con las indicaciones de sus ayudantes.
Durante la operación, llegó a lesionarse el intestino ciego, por lo que tuvo que suturarlo mientras lidiaba con un abundante sangrado y nuevas heridas. A los 30-40 minutos de la operación, comenzó a tomar cortos descansos debido a su debilidad general y al vértigo.
Finalmente, y contra todo pronóstico, el valiente galeno pudo extirparse el apéndice en un momento que pensaba que no lo lograría. "En el peor momento de extirpar el apéndice, flaqueé: mi corazón se paralizó y se ralentizó notablemente; sentía las manos como goma. Bueno, pensé, va a acabar mal. Y solo faltaba extirpar el apéndice [...] Y entonces me di cuenta de que, básicamente, ya estaba salvado", recordó.
Contra todo pronóstico
Luego de la cirugía, se observó una mejoría gradual de los signos de peritonitis y su estado general se estabilizó. Con el correr de los días, su temperatura corporal se normalizó, se le retiraron los puntos de la operación y, a las dos semanas, reanudó sus tareas habituales como si nada hubiera pasado.
Tras permanecer un periodo de tiempo más del planeado, puesto que una gruesa capa de hielo y el mal tiempo impedía que el buque volviera a rescatarlos, el equipo regresó a la Unión Soviética. A su llegada, Rógozov fue tratado como un héroe nacional, incluso se comparó su hazaña a la del célebre cosmonauta Yuri Gagarin, quien se convirtió en el primer hombre en viajar al espacio tan solo 18 días antes de la operación. Ese mismo año, el médico recibió la Orden de la Bandera Roja del Trabajo.
Héroe de la Unión Soviética
Rógozov trabajó posteriormente en varios hospitales de Leningrado (actual San Petesburgo). Desde 1986 dirigió el departamento de cirugía del Instituto de Investigación de Neumología Tuberculosa de la ciudad hasta su muerte en el año 2000, a los 66 años, a causa de un cáncer de pulmón.
Entre tanto, el incidente provocó un cambio de política y, a partir de entonces, se hicieron obligatorios controles de salud exhaustivos para el personal destinado a expediciones de ese tipo.