En Rusia, el Año Nuevo es la celebración más importante del año. Para la fiesta es obligatorio decorar el arbolito, envolver los regalos, preparar varios platillos y poner en la mesa uno de los símbolos más representativos de la temporada: las mandarinas.
Las primeras mandarinas llegaron a Rusia desde Alemania en la década de 1870, aunque en aquel entonces todavía no eran un símbolo del Año Nuevo debido a que maduraban en diciembre y solamente podían entregarse en San Petersburgo y Moscú a finales de enero.
Para 1890, en el Imperio ruso, aparecieron en Abjasia, una cálida región del Cáucaso, las primeras plantaciones de mandarinas. Gracias a ellas se agilizó la entrega de la fruta a las principales ciudades rusas y se dio pie a una nueva tradición entre las familias que podían permitirse el lujo de comprar el exótico fruto: decorar el arbolito con mandarinas, las cuales solían envolverse con papel aluminio de color dorado o plateado.

Hasta la década de 1960, las mandarinas siguieron siendo un lujo para la gran mayoría de los rusos; sin embargo, en 1963 las cosas cambiaron con la llegada a la Unión Soviética del primer carguero con mandarinas procedentes de Marruecos. A partir de ese momento, el fruto comenzó a aparecer en las tiendas justo antes de Año Nuevo y se convirtió en un indispensable en la mesa de la Nochevieja.

Desde entonces, uno de los frutos más comunes en otras partes del mundo se convirtió, para generaciones enteras de rusos, en sinónimo de regalos, familia, infancia, hogar y celebración. Aunque ahora hay todo tipo de frutas en cualquier época del año, las mandarinas siguen siendo un elemento que no puede faltar en el Año Nuevo ruso.
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