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Cómo el telúrico asalto bolsonarista mueve las placas tectónicas de la política en Brasil

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Cómo el telúrico asalto bolsonarista mueve las placas tectónicas de la política en Brasil

La toma de las sedes de los poderes públicos brasileños el 8 de enero, por parte del bolsonarismo, ha sido un acontecimiento inédito que seguramente va a producir consecuencias importantes en la política de ese país y en la gestión del presidente Luiz Inácio Lula da Silva.

Por ejemplo, en 2002, un golpe militar contra el entonces presidente venezolano Hugo Chávez –quien lideraba un gobierno debilitado por las conspiraciones internas y una fuerte oposición– terminó fortaleciendo su proyecto político. Algo similar ocurrió en 2010 con el presidente ecuatoriano Rafael Correa, quien fue secuestrado por efectivos policiales en huelga, lo que no le impidió superar la coyuntura y ganar varias elecciones consecutivamente.

No obstante, la situación actual de Brasil y de América Latina no es la misma que en aquel ciclo progresista. A pocos días del suceso en Brasilia, ya pueden hacerse algunas proyecciones y dibujar algunos escenarios.

¿Fin del bolsonarismo? 

El expresidente Jair Bolsonaro ha sido un duro contrincante del progresismo brasileño. No solo porque lo derrotó en las presidenciales de 2018 después de cuatro victorias electorales en fila, sino también porque, en 2022, a pesar de haber perdido, logró conseguir un 49% de los votos que tensaron, hasta el último minuto, la victoria izquierdista.

El caudal electoral del Bolsonaro le permitió a su movimiento obtener importantes plazas en el Congreso y las gobernaciones, desde donde se espera que la oposición lubrique sus acciones contra el nuevo gobierno.   

Sin embargo, la forma en la que se produjo el acontecimiento en la explanada de los ministerios, la vandalización causada y la afectación a la vida democrática del país, ha dejado al líder ultraderechista señalado y en estado de aislamiento generalizado, tanto en el mundo como en el propio Brasil.

Bolsonaro había logrado no solo articular a los actores de la derecha radical, sino fortalecer su posición para continuar liderando a la oposición de cara a las presidenciales en 2026.

A escasos días del acontecimiento en la capital, Bolsonaro luce debilitado y con él, la extrema derecha puede terminar difuminándose debido a que su líder está siendo acusado, aunque él lo niegue, de ser el principal responsable de lo sucedido. 

A escasas jornadas del acontecimiento en la capital, Bolsonaro luce debilitado y con él, la extrema derecha puede terminar difuminándose debido a que su líder está siendo acusado, aunque él lo niegue, de ser el principal responsable de lo sucedido. Los campamentos bolsonaristas han sido desmantelados y, con cientos de detenidos, sus fuerzas se han replegado.

Apartado Bolsonaro de la política, y fuera del país, con la justicia merodeando su figura y su entorno, Lula puede cohesionar a los sectores democráticos, incluidos algunos de derecha moderada y de centro, para así poder llevar a cabo un gobierno con la mayor estabilidad posible.

Podría ocurrir que tanto instituciones públicas y medios de comunicación, como algunos partidos que tanto han obstaculizado la vida política de Lula, hayan aprendido que apostar por líderes mesiánicos conlleva consecuencias nefastas incluso para sus intereses. Hoy se concentran en hacer frente al puchismo bolsonarista.

Ahora, todo Brasil se preocupa porque el mundo no lo vea como un país alocado, al borde del precipicio al que lo ha llevado el expresidente radicado en Miami.

Así, Bolsonaro se encuentra en su momento más débil y, por ahora, esto es una buena noticia para la izquierda brasileña.

¿La izquierda ha vuelto a las calles? 

Sin embargo, hay una muestra de debilidad en las fuerzas políticas progresistas. Si bien después de los sucesos del 8 de enero, en varias ciudades se produjeron concentraciones a favor de Lula, una de las principales causas de esa irrupción tiene que ver con la pérdida de calle por parte de partidos y movimientos aliados.

En cambio, la ultraderecha sí se ha movilizado, tomando caminos, calles y lugares estratégicos, cercanos a espacios militares y políticos. 

Este panorama de despliegue de la derecha y de repliegue de la izquierda permitió que la toma de las sedes de los poderes públicos se llevara a cabo sin ningún tipo de resistencia por parte de sectores progresistas. Pero, por supuesto, esta no es la única causa.

Todas las dudas se concentran en torno a la inacción de las fuerzas policiales y militares, que no solo permitieron el ingreso del bolsonarismo a las sedes institucionales, la obstaculización de vías durante el evento electoral y luego durante las protestas en contra del resultado oficial que otorgó la victoria a Lula, sino que no han tenido una clara posición sobre los escandalosos sucesos.

Este panorama de despliegue de la derecha y de repliegue de la izquierda permitió que la toma de las sedes de los poderes públicos se llevara a cabo sin ningún tipo de resistencia por parte de sectores progresistas.

A esto se le suman algunas declaraciones tibias y, cuando menos, sospechosas por parte de miembros del gabinete de Lula que tienen conexión con el mundo militar, especialmente del ministro de Defensa, José Múcio. 

La institución militar está bajo sospecha, pero como todas las responsabilidades están puestas sobre Bolsonaro y algunos miembros de su gabinete, no se logra corroborar todavía el papel que pudo haber jugado durante el asalto bolsonarista, ni tampoco su postura sobre la democracia y el nuevo presidente.

Las Fuerzas Armadas vuelven a ser un factor político que pone en suspenso el cabal desarrollo de la vida democrática brasileña, y la fallida intentona ha disparado esta percepción. 

Nuevos factores de poder

Además, diferentes actores políticos que han emergido en la coyuntura, tanto electoral como política, generan riesgos sobre el desenvolvimiento futuro del gobierno de Lula.

Como dijimos, algunos de sus ministros han tenido posiciones muy blandas sobre el evento en Brasilia. A las amenazas se suma que el bolsonarismo tiene la bancada más grande en ambas cámaras del Congreso.

Pero el que más sombra le hace a la figura de Lula después de la toma a los tres poderes no forma parte del bolsonarismo: se trata del juez Alexandre de Moraes.

Ha sido él quien ha ordenado el desmantelamiento de los campamentos bolsonaristas, la detención del exministro de justicia Anderson Torres y ahora quien abre la investigación contra el expresidente. 

De Moraes –un actor político impulsado por el expresidente de facto Michel Temer– ha tomado un rol protagónico para enfrentar el bolsonarismo y ha venido alimentando su imagen como hombre fuerte de la institucionalidad brasileña, algo que, en medio de la debilidad de la izquierda para gobernar, puede resultarle muy costoso a estas fuerzas.

La legitimidad que está ganando el juez puede redireccionarse a largo plazo contra el propio gobierno de Lula, con el que ya ha tenido varios roces durante su vida política.

La destitución por orden de Lula de cuarenta militares, ocurrida esta semana, puede verse como un reposicionamiento del presidente, aunque los rangos medios y bajos de los removidos también podrían contemplarse como una decisión simbólica que no afecta la estructura militar.

Aun es muy temprano para comprender el impacto de la abrupta jugada del bolsonarismo contra Lula en las fuerzas políticas e institucionales brasileñas. Lo que sí podemos prever es que la esfera política seguirá en pugna y la maniobrabilidad del presidente sigue siendo limitada.

Aunque también sabemos que los errores de Bolsonaro y sus huestes pueden permitir la cohesión de las fuerzas democráticas contra el golpismo emergente.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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