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Hiroshima, mon amour

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Hiroshima, mon amour

Sólo una imaginación muy retorcida pudo haber elegido a Hiroshima como sede de la reciente cumbre del G7. Como el criminal que siempre vuelve a la escena del crimen, los actuales organizadores y promotores de la futura guerra nuclear en Europa, entre miles de grandes ciudades del mundo, no pudieron elegir a ninguna otra para su reunión. Esa parte de la humanidad que aún no ha sido mentalmente castrada por la prensa 'democrática' mundial por siempre asociará el nombre de Hiroshima con el peor crimen de guerra de toda la historia.

En la cumbre, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, agradeció a Estados Unidos todo lo que ha hecho para Japón desde 1945. Lamentablemente, esto no es ninguna broma ni una mala traducción del japonés.

Si, Dios no lo quiera, la OTAN gana esta guerra, y en el improbable caso de que la humanidad no sea aniquilada por los vencedores, en los próximos años, nuestros nietos y bisnietos sabrán incuestionablemente que Hiroshima y Nagasaki fueron bombardeadas no por EE.UU., sino por la Unión Soviética.

Japón ha sido hasta ahora, por suerte, el único país que ha sufrido un ataque nuclear. Es importante analizar algunas de las circunstancias y consecuencias de este hecho, ya que siguen siendo claves para una comprensión realista del mundo de hoy.

Cuando un niño es abusado por un adulto, las justificaciones, que nunca faltan, tratan de convencernos de que el victimario es un ser enfermo, incapaz de controlar sus instintos y, por lo tanto, no puede ser responsable de sus actos. A veces puede ser cierto. Pero cuando el adulto que abusa de ese niño es un cura o su padre, siempre estamos frente a una bestial manipulación moral y emocional. El abusador representa una superioridad moral (el cura) o el amor de la familia (el padre) y convence a su víctima de que no le ha hecho nada malo, a la vez chantajeándola para que no diga nada, como que quedaría en vergüenza frente a todo el mundo o que matará a su madre. Lo terrible es el uso consciente y calculado con una total desigualdad de condiciones y con un discurso moralista que justifica y tapa la canallada, lo que termina minimizando el primer acto horrible para sumarle otros, éticamente peores.

No fueron los medios de comunicación japoneses los que nos informaron de la contaminación nuclear total de Hiroshima y Nagasaki por las bombas atómicas. Inmediatamente después de los bombardeos, EE.UU. prohibió difundir cualquier información relacionada con las consecuencias de la radioactividad en el organismo humano. Celebrando públicamente las enormes destrucciones físicas en las dos ciudades japonesas, literalmente borradas del mapa, las autoridades estadounidenses bloquearon la información sobre la contaminación radiactiva en todos los frentes: confiscando informes de médicos japoneses, censurando a la prensa, intimidando a científicos independientes y engañando al público. Los archivos con los primeros informes sobre el impacto de la radioactividad en el cuerpo humano estuvieron clasificados durante varias décadas.

El corresponsal científico del diario norteamericano The New York Times, William Laurence, el único que presenció las primeras pruebas nucleares en el laboratorio de Los Álamos (EE.UU.) y luego observó desde el avión el bombardeo de Nagasaki, escribió desde Japón, el 12 de septiembre de 1945: "En las ruinas de Hiroshima no existe radiación". Este secretismo y la directa desinformación oficial dentro del Japón, más varios prejuicios y mitos sobre las monstruosas malformaciones genéticas de las víctimas, silenció a miles de testigos y convirtió la tragedia japonesa casi en un tema tabú durante muchos años. 

Otra gran falsedad muy difundida en los medios norteamericanos y japoneses fue que "los bombardeos atómicos de Japón apresuraron el fin de la guerra y salvaron muchas vidas de los militares norteamericanos". No aguanta ninguna crítica militar ni histórica, pues, en primer lugar, Japón ya había perdido la guerra y se preparaba para rendirse, y en segundo lugar, el mismo bombardeo de Nagasaki fue algo casual, pues las nubes taparon el objetivo inicial, que era otra ciudad, Kokura, y para no desperdiciar el combustible ni la bomba que ya estaba en marcha, se optó por acabar con Nagasaki. Esto, sin tocar siquiera la ética de que hay en realizar un asesinato civil masivo con el objetivo de 'evitar más muertes'.

¿Por qué pasó esto?, ¿y a qué se debe tanto secretismo con la radioactividad? El crimen perpetrado en Japón fue un ensayo y una advertencia a la Unión Soviética. Antes de bombardear a su reciente aliado en la guerra contra el fascismo alemán, EE.UU., cuidando su imagen internacional del 'líder del mundo democrático', y en un mundo ya acostumbrado en aquellos últimos años al uso indiscriminado de armas convencionales por los aliados, quisieron que sus bombas atómicas fueran percibidas por el público masivo como unas armas normales, 'seguras', sólo que más poderosas que las anteriores, para una guerra justa contra el 'enemigo comunista'.

Según la información de fuentes abiertas, desde finales de 1945 hasta 1949, EE.UU. tuvo por lo menos 13 planes de ataque nuclear contra la URSS. Es fácil buscar los antecedentes ya desclasificados: los planes Unthinkanble (1945), Totality (1945), Pincher (1946), Broiler (1947), Bushwacker (1948), Crankshaft (1948), Halfmoon (1948), Fleetwood (1948), Kogwell (1948), Offtackle (1948), Charioteer (1948), Dropshot (1949), Trojan (1949) y otros. La principal y única diferencia entre estos planes fueron las decenas o cientos de bombas atómicas que se irían a lanzar en las principales ciudades soviéticas, para eliminar cualquier posibilidad de competencia en el liderazgo internacional. El Ejército Rojo, el indiscutible y principal vencedor de Hitler, ya no se veía como un aliado, sino como una amenaza. Y menos mal que gracias al brillante trabajo primero de la inteligencia (que los engañó haciéndoles creer que la bomba atómica soviética ya estaba lista) y luego, de los científicos soviéticos, que muy pronto pudieron establecer una paridad nuclear. Fue así como se inició la absurda carrera armamentista, aunque el mundo fuera salvado de la autodestrucción inmediata.

La reciente cumbre del G7 en Hiroshima se convirtió en la principal tribuna de promoción del complejo industrial militar de la OTAN, donde la tragedia ucraniana sigue siendo la excusa perfecta para justificar una nueva oleada de esa carrera armamentística y un negocio fabuloso de este rubro.

Al parecer, las cenizas de los suelos de Hiroshima fueron el ingrediente necesario de algún rito diabólico de los gerentes neoliberales reunidos.

El pasado año 2022, el gasto mundial en armamento alcanzó un máximo histórico de más de dos billones de euros. Sólo en Europa fueron alrededor de 350.000 millones de euros, lo que supone un aumento del 3,6 % en comparación con el año anterior. El precio de las ya extremadamente rentables acciones del complejo militar-industrial occidental ha subido un 22 %, y el valor combinado de las 25 principales empresas militares que venden armas al régimen de Kiev se ha disparado de 579.000 millones de dólares a 703.000 millones. ¿Qué sería del dólar hoy si no fuera por estos pedidos militares?

La cumbre de Hiroshima sólo confirma que para abrir la oportunidad de la paz, que ahora soñamos tanto en Europa y en todo el mundo, debemos hacer algo para que la guerra deje de ser este gran negocio para nuestros verdugos. ¿Y cómo conseguirlo?

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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